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Dos Cartas y una Muerte

Fecha: 

00/05/1961

Fuente: 

Revista Bohemia

Autor: 

Son dos cartas de tensa humanidad y sustancial hermosura, cada una de ellas escrita por una mujer distinta, las que publica Bohemia. Edelmira Gerardo es la madre de un miliciano muerto en combate durante la frustrada invasión del día 17. No se queja por el tremendo sacrificio que le impuso la revolución: pide solo que se le dé el nombre del hijo inmolado a una escuela de las que siembra Fidel Castro, con tesón luminoso, en la tierra de Martí. Dora Alonso, valiosa colaboradora de esta revista, se dirige al presidente Kennedy con acentos de generosa admonición, que probablemente no penetrarán en el ánimo obtuso y hostil del gobernante que sigue una guerra “no declarada”, pero no menos evidente, contra un pueblo que empuña con igual fervor libros y fusiles. Son dos testimonios de cuán alta es la moral de Cuba en el presente momento histórico.

Cienfuegos Abril 22 de 1961 “AÑO BE LA EDUCACION”
Dr. Fidel Castro Ruz
Primer Ministro del Gobierno Revolucionario
HABANA.

Estimado Fidel:    

La que suscribe, es la madre del miliciano Film Eedén Aguada y Gerardo, joven de 21 años de edad, que cayó combatiendo a los mercenarios invasores en Playa Larga.

Mi hijo; se encontraba terminando el curso de Responsable de Milicias en la ciudad de Matanzas, ocupaba el cargo de Secretario de Cultura y Deportes del Sindicato de Empleados del Comercio de esta ciudad de Cienfuegos y era Responsable Obrero de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Trabajaba en la Oficina del establecimiento comercial “Trevijano”. Al producirse la invasión fue de los primeros en acudir al llamado de la Patria, la madrugada del Lunes, día 17.

Usted puede considerar en el estado en que me encuentro al  perder un hijo tan querido, pero a pesar de todo estoy más conforme porque él me decía que moriría por la Revolución que defendería a su Patria, hasta su última gota de sangre.

Antes de comenzar el curso de Responsable de Milicias, se encontraba estudiando en la Escuela Profesional de Comercio de esta ciudad y él pensaba que enseguida que pudiera iría a estudiar a Rusia y después a China, ya que quería superarse.    

Su padre Félix Aguada Padrón, Sargento del glorioso Ejercito Rebelde. Fidel, yo quisiera que si le es posible cuando haga una Escuela, le ponga el nombre de nuestro hijo, porque a él le gustaban mucho los estudios.

Su entierro fue el día 20 de los corrientes, con otro compañero Miliciano que cayó junto a él y en medio de mi dolor alentaba a las Milicias y al Ejército Rebelde que lo acompañaron, para que sigan defendiendo a la Patria, ya que mi hijo cayó antes y no podrá ver terminada como él quería la obra revolucionaria de nuestro pueblo, por la que dio su vida.

Fidel, me despido, pidiéndole de nuevo que si es posible atienda mi petición, sintiéndome más revolucionaria en cada momento y más a tiempo para defender a nuestra patria.

De usted atentamente,  

Edelmira Gerardo
Mi dirección 88 No. 6605 Cfgos.
“PATRIA O MUERTE” “VENCEREMOS”


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La Habana, 4 de mayo de 1961.

Sr, John Kennedy,
Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

Señor Presidente:

Durante la madrugada del día 17 de abril, a muchas millas de donde usted dormía, donde dormía su esposa y se escuchaba desde tu habitación cercana la tierna respiración de sus pequeños hijos, en una isla llamada Cuba, la sorpresa de una invasión armada y servida por hombres que su Gobierno utilizó, ayudada por barcos de guerra, por aviones  y tanques norteamericanos rompía el sueño de muchas criaturas humildes que se creían guardadas por las endeblez paredes de sus viviendas, en la confianza de una época donde los hombres pueden subir hasta les astros en una alta suerte de liberación y de futuro.

Sí, Señor Kennedy, seguramente dormía usted; dormían sus hijos y su esposa dormía, cuando despertaron, para morir bajo la metralla los niños campesinos de una pacífica y humilde región de mi país, las madres infelices que  no tuvieron a su alcance la guardia bien dispuesta de la Casa Blanca para guardarles el sueño y la vida.

Describirle lo que fue la sorpresa y la muerte de esas criaturas sin amparo ni resguardo, ya sería más difícil. Esperamos, sin embargo, que quizá cuando cargue a sus hijos o le sonría a su compañera, pudiera tener una breve visión de ello nada más que con suponerlos muertos y mutilados, desangrándose y teñéndole a usted las manos y la blanca  fina camisa de nylon con una mancha desesperada.

Esa fue la primera parte de esa madrugada, señor Presidente de los Estados Unidos. La metralla cuidadosamente dispuesta por el Pentágono y detonada por usted, cumplía un destino cruel y errático asesinando niños y mujeres en nombre de un poderoso país y de una democracia que se acreditan de manera tan triste. Pero hubo también en esa madrugada, y en las siguientes madrugadas, distintos despertares que sería bueno destacar:

¿Sabe usted, Señor Kennedy s que el pueblo cubano, despertó en pie de lucha para defender el suelo de la Patria? ¡Que los hombres y mujeres de Cuba dispusieron el pecho y la vergüenza hasta reducir, a fuego y sangre, las armas agresoras y a los sometidos que las esgrimían?

Eso sin duda debe usted saberlo; pero todavía hay más de esas horas de dura pelea: las madres, Señor Kennedy. No ya las de los niños asesinados en la Ciénaga de Zapata: hablo de las que lloran a los hijos muertos en los combates. Las madres sin distingos: las de una y otra parte. Y todavía más, señor Presidente: aquellas madres norteamericanas que guardan hoy el mismo luto irremediable que sufren las cubanas. Claro que son muy pocas, comparativamente; pero nosotras no llevamos la cuenta miserable del rencor o de la minoría a la hora de compadecerlas.

Pero le hablo no solamente en nombre de la justicia, de la seria meditación que debiera esperarse de un Gobernante que representa un gran pueblo; quiero hablarle también al hombre injusto y al mandatario miope que parece impedido de medir en visión de conjunto y en detalle lo que somos y lo que queremos los cubanos.

Permítame, entonces, seguir hablando a través del ejemplo que más cerca tenemos, el más tangible, el más firme, el más definidor: lea usted conmigo la carta de una mujer que perdió un hijo de veinte años en las batallas de Playa Girón. Usted debe suponer, Sr. Kennedy, la terrible prueba. A pesar de ello, ¿entiende su lenguaje claro y firme de cubana, de madre de un cubano que se inmoló sin una sola duda a la hora de defender los derechos de su tierra libre?

Cuando las madres se levantan sobre la muerte de sus hijos en tal forma decidida, sepa usted, Sr. Kennedy, que en esa tierra, por pequeña que sea o débil que parezca, está la fuerza más poderosa, aunque no disponga armas nucleares ni imponentes ejércitos que guarden el sueño a la familia de su Presidente. ¡Está la vida entera y el coraje y el corazón firme de un pueblo unido, que morirá combatiendo al extranjero que se atreva a pisar nuestras playas, que trate de esclavizamos, que intente la sombra de un ultraje para nuestra soberanía!

Bese usted, Mr. Kennedy, en nombre de los niños y jóvenes cubanos que murieron bajo la metralla imperialista, la frente tibia de sus hijos vivos.

Dora Alonso.