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El juicio del Cuartel Moncada y La Historia me absolverá

Fecha: 

29/07/1966

Fuente: 

La Jiribilla

Autor: 

"[El] acusado, [...] por ninguna razón del mundo callará lo que debe decir."

Pronuncia estas palabras, un hombre el día 16 de octubre de 1953. Ese hombre, es el doctor  Fidel Castro, quien dijo momentos antes: "Nunca un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tan difíciles condiciones;  nunca contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades.  Uno y otro, son en este caso la misma persona." Quien habla es, a la vez,  el acusado  y el abogado de su propia causa.  Y añade: "Como abogado, no ha podido ni tan siquiera ver el sumario y, como  acusado, hace hoy setenta y seis días que está encerrado en una celda solitaria, total  y absolutamente incomunicado, por encima de todas las prescripciones humanas y legales."

El abogado-acusado contempla el lugar en donde,  "por ninguna razón del mundo callará lo que debe decir." ¿Se trata de la majestuosa sala de un tribunal?  En modo alguno.  La voz que alza habrá de decirnos: "...héme aquí en este cuartico del Hospital Civil, adonde se me ha traído para ser juzgado en sigilo, de modo que no se me oiga, que mi voz se apague y que nadie se entere de las cosas que voy a decir.
¿Para qué se quiere ese imponente Palacio de Justicia, donde los señores magistrados se encontrarán, sin duda, mucho más cómodos?  No  es conveniente, os lo advierto que se imparta justicia desde el cuarto de un hospital rodeado de centinelas con bayoneta calada, porque pudiera pensar nuestra ciudadanía que nuestra justicia está enferma...y está  presa."

En el libro de Marta Rojas, La generación del Centenario en el Moncada   —el Centenario al cual se alude, es el del nacimiento de José Martí—  hay una pintura realista del pobre ámbito donde empezaban a pronunciarse palabras de una  trascendencia singular. "Todavía hacía un calor sofocante el 16 de octubre en Santiago de Cuba
—se lee en ese libro—    y más aún en la pequeña salita de las enfermeras atestada de muebles. Era una habitación cuadrada de unos cuatro metros de largo por cuatro de ancho y en la misma había un esqueleto dentro de una vitrina, objeto de  estudio de las enfermeras, otra  vitrina con libros, el retrato de ( ...), dos escritorios: uno a la derecha de la entrada de la habitación  y detrás de ese buró, tres sillas  —allí se sentarán los magistrados. Había una mesita de centro  y una butaca:  era el puesto del fiscal. Al extremo de la mesa del centro, tenía sus papeles el secretario del tribunal. Frente a ese rústico estrado del tribunal, a la izquierda de la entrada de la habitación,  fue colocado  otro buró  y detrás de él, cuatro sillas. A continuación, colocaron una mesita que ocupó Fidel Castro. En cuatro sillas de tijera nos sentamos los periodistas. Y los escasos espacios vacíos los llenaron los escoltas".    

Y ahora, en esta semana conmemorativa del 26 de julio de 1953,  fecha del ataque al Cuartel Moncada, hemos de evocar el ya famoso cuartico del  hospital donde habría de pronunciar el formidable alegato de autodefensa, que hoy por sus palabras conclusivas, releemos bajo el título de La Historia me absolverá.   Texto éste, que se hace de constante meditación al cabo de trece años de haber sido pronunciado, por una continuidad de aconteceres que van de las palabras, del anuncio, del señalamiento futuro, a la realización de lo dicho, de lo afirmado cierto día en la angosta habitación de Santiago de Cuba, después del magno acontecimiento del 26 de julio.

Inspirados por las ideas de José Martí y con la conciencia antiimperialista hondamente arraigada en sus corazones, un grupo de jóvenes valerosos, había  atacado la sede del ejército de la tiranía pro-imperialista de Fulgencio Batista: el Cuartel Moncada. Pocos habían sido los caídos; pero muchos,  los asesinados salvajemente por los agentes de la tiranía.

En el juicio levantado al Doctor Fidel Castro, como jefe y organizador del asalto al Cuartel Moncada, éste no se limitó solamente a denunciar los asesinatos, la corrupción, el entreguismo, ni a  hacer el balance de la grave crisis que pesaba sobre todos los sectores de la vida nacional,  sino que, a la vez,  fijó, con sorprendente precisión y objetividad, los postulados esenciales del programa de toda la etapa de la futura revolución:  Reforma Agraria; reforma integral de la enseñanza; rebaja de alquileres; nacionalización de trust extranjeros; industrialización; solidaridad con los pueblos de América Latina, etc.

Ocurre a menudo, que los textos políticos envejecen pronto, al ser rebasados por contingencias nuevas que hacen olvidar las contigencias en que fueron concebidos; es decir, la historia presente hace olvidar, a menudo,  las circunstancias históricas en que, en un momento dejado atrás,  por el correr del tiempo,  se pronunciaron determinadas palabras.    Lo sorprendente con el texto de   La Historia me absolverá, es su vigencia, su actualidad, el interés de su estudio presente. Todo lo que anunciaba, se ha realizado; todo lo que presentía, se ha cumplido;   todo lo profetizado, con firme decisión política del futuro, se nos  hizo tangible. Cuando recordamos que Fidel Castro,  en uno de los párrafos iniciales de su discurso, afirmaba que el campamento de Columbia debía convertirse en una escuela e instalar allí,  en vez de soldados, diez mil niños huérfanos,  nos hallamos ante la jubilosa realidad de que, en 1959,  hace ya siete años, en el año llamado "de la Liberación", el campamento de Columbia, símbolo de la tiranía de Batista, fue convertido en el Centro Escolar "Ciudad Libertad", donde actualmente, estudian, efectivamente,  más de diez mil niños de toda la Isla.

Cuando Fidel Castro, aquel día de 1953, se indignaba ante el hecho de que un 30 % de nuestros campesinos, no supiera firmar, anunciaba  los días en que, cumplida la Campaña [ Nacional ] de Alfabetización, realizada por nuestro Gobierno Revolucionario, esos mismos campesinos, abrirían  los ojos sobre los libros, cuyos signos, por vez primera,  empezaban a tener un sentido para ellos,  un mensaje para sus mentes, sumidas hasta entonces, en la oscuridad de lo meramente instintivo.

La pasión martiana, inspiradora de la gesta del Moncada, se afirma ya desde los primeros párrafos de  La Historia me absolverá:

Por último, debo decir que no se dejó pasar a mi  celda en la prisión ningún tratado de derecho penal.  Sólo puedo disponer de este minúsculo código que acaba de prestar un letrado, el valiente  defensor de mis compañeros: el  Doctor Baudilio Castellanos. De igual modo se   prohibió que llegaran a mis  manos los libros de Martí; parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos. ¿O será porque yo dije que Martí era  el autor intelectual del 26 de julio? Se impidió,  además, que trajese a este juicio ninguna obra de consulta de cualquier otra materia. ¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos.     

Y hay como un eco del texto martiano, en la  advertencia que hace Fidel Castro al comienzo de su discurso:

Os advierto que acabo de empezar. Si en vuestras almas queda un latido de amor a la patria,  de amor a la humanidad, de amor a la justicia,  / escuchadme con atención. Sé que me obligarán al silencio durante muchos años; sé que tratarán de ocultar la verdad por todos los medios posibles;  sé que contra mí se alzará la conjura del olvido. Pero  mi voz no se ahogará por eso: cobra fuerzas en mi pecho mientras más solo me siento y quiero darle en mi corazón  todo el calor que le niegan las almas cobardes. 

Y en el acto, entra a hablar el Doctor Fidel Castro del asalto al  Moncada,  iniciado a las cinco de la  mañana del 26 de julio, exaltando el mérito de los jóvenes que estuvieron dispuestos a dar a un  ideal  todo lo que tenían  y además, la vida.  Describiendo las fases del combate, haciendo historia viva reciente de la gesta ejemplar, recuerda emocionado a  Abel Santamaría,  "el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba."

Y añade más adelante: "Nuestros planes eran proseguir la lucha en las montañas caso de fracasar el ataque..." ¿Quién no ve, en estas  palabras,  una premonición de la lucha futura, de la que se hizo real?  Y haciendo un recuento  de la proeza, escribe estas frases  cargadas de sentido:

En Oriente se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa  y,  al amanecer,  cuando los  gallos cantan como clarines que tocan diana llamando a los soldados y el sol se eleva radiante sobre las empinadas montañas, cada día parece que va ser  otra vez el de Yara  o el de Baire. [ ... ]  teníamos la seguridad de contar con el pueblo. Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos  por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen  y a la que todos engañan y traicionan, la que  anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí  misma, hasta la última gota de sangre. La primera condición de la sinceridad y de la buena fe  en un propósito, es hacer precisamente lo que nadie hace, es decir, hablar con entera claridad y sin miedo. 

Hallamos, más adelante,  estas frases anunciadoras de una vasta acción futura, planteadas con sorprendente lucidez:

El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política. [ ... ]  El ochenta y cinco porciento de los pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza de desalojo de sus parcelas.  Más de la mitad de las mejores tierras de producción está en manos extranjeras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las  tierras de la United Fruit Company  y la West /  Indian unen la costa norte con la costa sur. Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos  y,  en cambio,  permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas. Si Cuba es un país eminentemente agrícola, si su población es en gran parte campesina, si la ciudad depende del campo,  si el campo hizo la independencia, si la grandeza y prosperidad de nuestra nación depende de un campesinado saludable  y vigoroso  que ame y sepa cultivar la tierra, de un Estado que lo proteja  y lo oriente, ¿cómo es  posible que continúe este estado de cosas. [ ...]    

Mas adelante, ampliando estos conceptos,nos  dice:

Nuestro sistema de enseñanza se complementa perfectamente con todo lo anterior: ¿En un campo donde el guajiro no es dueño de la tierra para  qué se quieren escuelas agrícolas?¿En una ciudad  donde no hay industrias para qué se quieren escuelas técnicas  o industriales? Todo está dentro de la misma lógica absurda: no hay ni una cosa ni  otra.   En cualquier pequeño país de Europa existen más de doscientas escuelas técnicas y de artes industriales;  en Cuba, no pasan de seis y los  muchachos salen con sus títulos sin tener dónde emplearse. A las escuelitas públicas del campo asisten descalzos, semidesnudos  y desnutridos,  menos de la mitad de los niños en edad escolar y muchas veces es el maestro quien tiene que adquirir con su propio sueldo el material necesario. ¿Es así como puede hacerse una patria grande ? [ ... ]      

Contempla, luego, el presente inmediato, y nos dice:   

Con tales antecedentes, ¿cómo no explicarse que desde el mes de mayo al de diciembre un millón de personas se encuentren sin trabajo y que Cuba, con una población de cinco millones y medio de habitantes, tenga actualmente más desocupados/  que Francia e Italia con una población de más de cuarenta millones cada una? [ ... ]  [ ... ] El porvenir, de la nación  y  la  solución  de sus problemas   no pueden seguir dependiendo del interés egoísta de una docena de financieros, de los fríos cálculos sobre  ganancias que tracen en sus despachos de aire acondicionado diez o doce magnates. El país no puede seguir de rodillas implorando los milagros de unos cuantos becerros de oro que, como aquel del Antiguo Testamento que derribó la ira del profeta, no hacen milagros de ninguna clase. Los problemas de la república sólo tienen solución si nos dedicamos a luchar por ella con la misma energía, honradez y patriotismo que invirtieron nuestros libertadores en crearla. [...]      

Hay, en  palabras  que  se  estampan más adelante, con la cita de frases de José Martí, un anuncio de muchas realidades futuras:

[ ... ] un gobierno revolucionario procedería a la reforma integral de nuestra enseñanza, poniéndola a tono con las iniciativas anteriores, para preparar debidamente a las generaciones que están llamadas a vivir en una patria más feliz. No se olviden de las palabras del Apóstol: "Se está cometiendo en América Latina un error gravísimo: en pueblos que viven casi  por completo de los productos del campo, se educa exclusivamente para la vida urbana y no se les prepara para la vida campesina. El pueblo más feliz es el que  tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección  de los sentimientos."  "Un pueblo instruído será siempre fuerte y libre."    

Iníciense, luego, las fuertes páginas de La Historia me absolverá  en las que  Fidel Castro traza, con acento sobrecogedor, un cuadro de la represión en Santiago de Cuba, un cuadro que encierra páginas que ya pertenecen a la historia:

[ ... ] Aquí todas las formas de crueldad,  ensañamiento  y barbarie fueron sobrepasadas. No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una  semana completa, los golpes y las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de  exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un  taller de tortura y de muerte, y  unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros.  Los muros se salpicaron de sangre;  en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos  de piel, sesos  y cabellos humanos,  chamusqueados por los disparos  a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre.  Las manos criminales que rigen los destinos de Cuba habían escrito para los prisioneros a la entrada de aquel antro de muerte,  la inscripción del infierno: "Dejad toda esperanza".   

Todas las páginas de ese magno discurso, en lo que tienen de más patético,  podrían ser citadas aquí.  Lo repito, son páginas de historia que no pertenecen ya solamente a la historia de Cuba,  sino a la historia universal.  Saltemos muchos párrafos,  sin embargo, por falta de espacio, y lleguemos al aplacamiento  y a la visión futura de una Cuba nueva;  allí donde el pensamiento de Fidel Castro acude constantemente a la palabra  admonitoria de José  Martí:

Para mis compañeros muertos no clamo venganza.  Como sus vidas no tenían precio, no podrían pagarlas con las suyas todos los criminales juntos.  No es con sangre como pueden pagarse las  vidas de los jóvenes que mueren por el bien  de un pueblo;  la felicidad de ese pueblo es el único precio digno  que pude pagarse por ellas.

Mis compañeros, además, no están ni olvidados  ni muertos;  viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus  cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus  ideas.  Que hable por mí el Apóstol: 
(y  cita ) "Hay  un límite al llanto sobre las sepulturas de los muertos,  y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se mira sobre sus cuerpos,  y que no teme ni se abate ni se debilita jamás;  porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra". 

...Cuando se muere

En brazos de la patria agradecida,  /

La muerte acaba, la prisión se rompe;

¡Empieza,  al fin,  con el morir,  la vida!    

[  ... ]  Si este juicio,  como habéis dicho, es el   más importante que se ha ventilado ante un tribunal desde que se instauró  la república,  (dice luego a sus jueces)   lo que yo diga aquí quizás se pierda en la conjura de silencio que me ha querido imponer la dictadura, pero sobre lo que vosotros hagáis,  la posteridad volverá muchas veces los ojos.  Pensad  que ahora estáis juzgando a un acusado, pero vosotros, a su vez,  seréis juzgados no una vez, sino muchas,   cuantas veces el presente sea sometido a  la crítca demoledora del futuro.  Entonces lo que yo diga aquí se repetirá muchas veces,  no porque se  haya escuchado de mi boca, sino porque el problema de la justicia es eterno, y por encima de las opiniones de los jurisconsultos   y  teóricos,  el pueblo tiene de ella un profundo sentido.  Los pueblos poseen una lógica sencilla pero implacable,  reñda con todo lo absurdo y contradictorio,  y si alguno, además, aborrece con toda su alma el privilegio y la desigualdad,  ése es el pueblo cubano.  Sabe que la justicia  se representa con una doncella,  una balanza y una espada.  Si la ve postrarse cobarde ante unos  y blandir furiosamente el arma sobre otros, se la imaginará entonces como una mujer prostituída esgrimiendo un puñal.  Mi lógica,  es la lógica sencilla del pueblo.          

Más adelante:

[ ... ]  somos cubanos,  y ser cubano implica un deber,  no cumplirlo es crimen y   es traición.  Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria;  la aprendimos en la escuela  y  hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia  y de derechos.  Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros hérores y de nuestros mártires.  Céspedes,    Agramonte,  Maceo, Gómez  y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron  en nuestro cerebro;  se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete;  se enseñó que para  la educación de los ciudadanos en la patria libre, escribió el Apóstol en su libro La Edad de Oro:   "Un hombre que se conforma con obedecer leyees injustas  y  permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan,  no es un hombre honrado...   En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz.  Cuando hay muchos hombres sin decoro,  hay siempre otros que tienen en sí  el decoro de  muchos hombres.   Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres  su decoro.  En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero,  va la dignidad hu / mana..." 

Y alcanzamos la conclusión magnífica:

[ ... ]  Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y   primero se hundirá   la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.

Parecía que el Apóstol iba a morir en  el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre,  ¡ tanta era la afrenta !  Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno,  su pueblo es fiel a su  recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para  que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba,  qué sería de tí si hubieras dejado morir a tu Apóstol!

Termino mi defensa ( dice Fidel Castro ),  pero no lo haré como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad  del defendido;  no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya  en Isla de Pinos ignominiosa prisión.  Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es concebible que los hombres  honrados estén muertos o presos en una repú/blica  donde está de presidente un criminal y un ladrón.  

En cuanto a mí,  sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie,  preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento,  pero no la temo,  como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos.  Condenadme,  no importa,  la Historia me absolverá. 

Y con estas palabras,  hoy históricas,  se cierra el texto ejemplar que se ofrece a nuestra meditación hoy,  en esta semana conmemorativa de un nuevo aniversario del asalto al Cuartel Moncada.