Emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos
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Como nos enseñaron Céspedes y sus hombres en 1868: apenas con las bravezas del pecho, unas pocas armas y la decisión de quitárselas a un enemigo miles de veces más poderoso. Y tras el inicial y duro tropiezo, aquella convicción de Céspedes: Nos quedan 12 hombres, bastan para la libertad de Cuba.
Voluntad que inspiró a Agramonte en su épico rescate de Sanguily; a Gómez en sus cargas al machete contra los cuadros erizados de bayonetas y fusiles; a Calixto García para preferir la muerte antes que la rendición; a los que en Baraguá alzaron su voz rotunda contra la paz humillante.
Como en el 95 y nuestro Martí: de levita raída, zapatos rotos, y en sus bolsillos lo recaudado centavo a centavo entre los tabaqueros cubanos de Tampa. El pan escaso de la familia para comprar las armas y las balas de la libertad. Sagrados recursos para venir a Cuba, aunque fuese bogando sobre una uña.
Tomando como luz la advertencia de Maceo: «Todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos, mejor es subir y caer sin ayuda, que contraer deudas de gratitud con un enemigo tan poderoso». Como Julio Antonio Mella, Tony Guiteras y Jesús Menéndez.
Como la generación del Moncada en el 53. Un cuartel asaltado con lo obtenido por la venta del refrigerador y el juego de sala de Pedro Marrero; la cámara fotográfica de Fernando Chenard; la granja de Ernesto Tizol; el laboratorio hipotecado de Oscar Alcalde; el automóvil empeñado de Abel Santamaría; los ahorros de Jesús Montané, de Renato Guitart, y así, cada cual vaciando hasta el último centavo sus bolsillos.
Y luego la cárcel y el exilio en México. Y otra vez, como Martí, recaudar centavo a centavo. Sagrados recursos para venir a Cuba, aunque fuese bogando sobre una uña. Apenas con las bravezas del pecho, unas pocas armas y la decisión de quitárselas a un enemigo miles de veces más poderoso. Y tras el inicial y duro tropiezo, aquella convicción de Fidel en el encuentro de Cinco Palmas. «¿Cuántos fusiles traes? –pregunta Fidel a Raúl.
–Cinco.
–¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!»
Y la Revolución fue en el 59. Y se construyeron fábricas, hospitales, casas y escuelas. Erigido todo con nuestros brazos, con lo que hemos sido capaces de ganarnos y crear. Finalmente emancipados por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos, pero sin olvidar a los generosos que alguna vez ayudaron; pagando esa deuda con semejante solidaridad.
Enfrentando invasiones, sabotajes, ataques arteros. Un bloqueo criminal que nos priva de recursos esenciales para el desarrollo. Pero siempre cultivando la rosa blanca: mano abierta para el amigo sincero; vergüenza para quien arranca corazones.
Y así reluce esta libertad única en el mundo: la de un pequeño país que no se subordina a los intereses de nadie, que mira al frente en una ruta trazada por sí mismo. Con Fidel siempre al frente: sacrificio, modestia, desinterés, altruismo, solidaridad, heroísmo. Convicción profunda de que no hay fuerza capaz de aplastar la fuerza de sus ideas. Audacia, inteligencia, realismo; sentido del momento histórico.
Para que ninguna potencia, por poderosa que sea: ningún interés ajeno, por las villas y castillas que prometa, jamás se nos siente en el sillón más alto, en la cabecera de la mesa, y con arrogancia nos dicte qué hacer.