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Extraordinarios paralelos

Ilustración: René Mederos
Ilustración: René Mederos

Fecha: 

21/09/2018

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Hay grandes acontecimientos –grandes por su significado, grandes por su energía generadora– que solo se nos muestran en su cabal dimensión histórica cuando podemos considerarlos, retrospectivamente en función de los hechos que de ellos derivaron. Entonces es cuando el acontecimiento se sitúa en el tiempo con todo el prestigio de su dinámica original y precursora, marcando el punto de partida de una trayectoria cumplida que, como tal, por proceso dialéctico, será siempre propulsora de acciones futuras, cada vez mas abierta sobre el vasto panorama de un ámbito perennemente acrecido por los sucesivos logros de sus aspiraciones fundamentales.
 
Pero ocurre que, a veces, ese gran acontecimiento inicial y agorero –que luego se erigirá en símbolo– no tenga testigos válidos, ni cronistas que hayan consignado sus peripecias en apuntes tomados a lo vivo, sobre la marcha, en el lugar mismo de los sucesos, teniendo varias generaciones de historiadores, más tarde, que revolver archivos y bibliotecas para trazarnos un cuadro más o menos exacto de lo ocurrido «el día aquel» –día que no fue como los demás días, por cuanto afectaba el destino de un pueblo entero (...).
 
Gran suerte es, por ello, que ciertos acontecimientos particularmente importantes hayan tenido su cronista, oportunamente situado en el lugar de los hechos con el ánimo de fijar hora por hora, lo que en una encrucijada de la historia haya podido suceder un día determinado que, semejante a todos los demás para quienes lo vivieron rutinariamente, habrá de inscribirse en los anales de un pueblo como único e insustituible. Y más aún si, como en el caso que nos interesa, un gobierno ilegítimo, arbitrario y criminal, temiendo las repercusiones del acontecimiento mismo, moviliza todos los medios a su alcance para minimizarlo, tratando de escamotearlo ante la opinión pública, como ocurrió con el hoy universalmente famoso proceso por el asalto al cuartel Moncada, que se desarrolló en Santiago de Cuba del 21 de septiembre al 16 de octubre de 1953.
 
Ese juicio oral, para suerte nuestra y de nuestros historiadores, tuvo su cronista: Marta Rojas, autora del admirable libro que hoy se nos ofrece en nueva edición.
 
Acerca de ese libro escribieron las compañeras Melba Hernández y Haydée Santamaría, en el prólogo a la edición original:
 
«Esta obra, La generación del Centenario en el Moncada (El juicio del Moncada) la consideramos una versión vivaz y objetiva de la Causa 37 de 1953 radicada en la Audiencia de Santiago de Cuba por el asalto al cuartel Moncada... La compañera Marta, en calidad de periodista, había concurrido a todas las sesiones del juicio oral por los sucesos del Moncada, incluso a la que se celebró en la Sala de Enfermeras del hospital Saturnino Lora, donde fue juzgado el compañero Fidel Castro el 16 de octubre de aquel mismo año.
 
«Desde el primer instante, la autora... pudo aquilatar que en ese lugar iba germinando una simiente renovadora que transformaría por completo el basamento de aquella sociedad corrompida; allí no se estaba determinando el porvenir de un puñado de jóvenes, sino el porvenir de todo un pueblo. Por reflejar verdades, deseos y anhelos de un pueblo que supo librarse, estimamos que esta obra ha de ayudar grandemente al conocimiento pleno del objetivo que perseguían y las razones que movían a los compañeros del Moncada cuando se lanzaron al ataque de aquella fortaleza militar. Después de haber sido leído este libro por varios participantes del hecho, nos sentimos con absoluta tranquilidad histórica, ya que los aspectos más importantes se encuentran reflejados».
 
En el presente libro, los ejemplos de un gran estilo periodístico se nos ofrecen en cada página. Veamos, por ejemplo, esta magistral entrada en materia, rápida y sobrecogedora como una visión cinematográfica: «A todos los condujeron esposados a la Sala de Justicia. El ruido metálico que sobresaltó al público había sido producido por las cadenas cromadas que aprisionaban más de cien muñecas. Fidel hizo un alto para tratar de hablarle al tribunal, y los guardias, en actitud de zafarrancho de combate, rastrillaron sus armas. Había doscientos de ellos dentro de la Sala del Pleno –un aposento rectangular de quince metros de largo por siete de ancho– y muchos más afuera. Harían un total de seiscientos los guardias que ocupaban la manzana donde estaba situado el Palacio de Justicia». Ha empezado a representarse el drama. En diez líneas, Marta Rojas ha plantado el decorado, dando entrada inmediata a la acción en una atmósfera cargada de amenazas... Prosigue el juicio, y la periodista nos mantendrá en la misma tónica de extrema tensión: «...Llegó el sábado y la guardia blindada volvió a sus puestos. En la Audiencia coparon la azotea, el sótano y hasta los servicios sanitarios. Los empleados del Palacio de Justicia, los abogados, los familiares de los acusados, y los periodistas que asistíamos al juicio veíamos entrar a los moncadistas desde la terraza interior del segundo piso de la Audiencia que da al patio central del edificio, recién inaugurado entonces, cuyas áreas verdes estaban ralas; en el patio solo un pequeño arbusto débil y delgado pugnaba por crecer». Aquí, Marta Rojas, novelista por instinto, utiliza el elemento accesorio y menudo (el de la magra vegetación) para dar mayor relieve a la acción humana... y se llega al momento en que Fidel Castro va a pronunciar el histórico discurso de La historia me Absolverá: «Los empleados del hospital y los escoltas comenzaron a ocupar posiciones para verlo y oírlo; eso lo hacían por mera curiosidad al principio, luego su informe iba despertando tanto interés que los puestos se rotaban entre ellos para que todos escucharan algo. Así inició (Fidel) su histórico alegato, y a medida que su palabra se extendía, crecía la impaciencia por escucharlo aún más. Hablaba un lenguaje distinto (...) Luego, el propio Fidel reconstruirá su autodefensa durante su prisión en Isla de Pinos. En pequeños papeles escritos de su puño y letra con jugo de limón, hizo llegar su manuscrito a Haydée y Melba, quienes con la ayuda de otros compañeros, lo hicieron editar en 1954, y se distribuyó clandestinamente...». Y, a continuación, el texto completo del discurso, traducido hoy a tantos idiomas, comentado por tantos historiadores contemporáneos, que cerró el ciclo de dramáticas jornadas que hubo de hallar en Marta Rojas su cronista ante la posteridad.
 
Y ella misma añadiría, a modo de reflexión personal: «El epílogo del proceso sería la revolución triunfante, unos seis años después... Aquella mañana de octubre culminó el ciclo del Moncada, la semilla de la Revolución esparcida y abonada con la sangre de los mártires del 26 de Julio de 1953 germinaba por primera vez en un instrumento teórico capaz de nuclear a un pueblo y armarlo para conquistar la victoria escamoteada a los cubanos por varias generaciones que precedieron a la del Centenario de Martí».
 
Quien, en el futuro, quiera informarse acerca del histórico Juicio del Moncada, tendrá que acudir, por fuerza, a la crónica de Marta Rojas, testimonio elocuente y fidedigno de un trascendental acontecimiento.
 
Permítame Marta Rojas señalar una asombrosa coincidencia que se me hace evidente al leer una frase suya: «El epílogo del suceso sería la Revolución triunfante, unos seis años después».
 
Un día 3 de diciembre de 1911 tuvo lugar, en París, el entierro de Laura y Paul Lafargue –siendo inútil recordar aquí que Paul Lafargue era aquel revolucionario, yerno de Karl Marx, nacido en Santiago de Cuba, nieto de mestiza caribeña, orgulloso de «la sangre de razas oprimidas que le corrían en las venas» que, después de haber combatido con la Comuna, tan activo papel desempeñó en el desarrollo del movimiento socialista en Francia. Y quien tomó la palabra, sobre la tumba, para hacer su elogio, fue nada menos que Lenin. Y en su discurso dijo Lenin: «Para nosotros, rusos, que conocimos la opresión del absolutismo impregnado de barbarie asiática, y que tuvimos la suerte de hallar, en las obras de Lafargue y de sus amigos un acontecimiento directo de la experiencia y del pensamiento revolucionario de los trabajadores europeos, nos resulta, ahora, particularmente evidente que la victoria de la causa a la cual Lafargue consagró su vida se aproxima rápidamente».
 
Quiero recordar que esto decía Lenin en 1911. Y que la Gran Revolución de Octubre se produjo, muy exactamente, seis años después.
 
Seis años después como, muy exactamente también, se asistió al triunfo de la Revolución Cubana, seis años después de que el futuro Comandante Fidel Castro dijera a sus jueces de Santiago: «Condenádme, no importa, la historia me absolverá».
 
Los anales de los pueblos suelen ofrecernos esos extraordinarios paralelos.
 
*Fragmentos del prólogo de El juicio del Moncada, de Marta Rojas.