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Fidel lo llamó “el más leal”

Fecha: 

31/07/2023

Fuente: 

Revista Bohemia

Autor: 

Se sabe que el doctor Eusebio Leal Spengler murió un viernes 31 de julio de 2020, pero pocos lo creen. Para hombres como él, Martí escribiría: “La muerte no es verdad si se ha cumplido bien la obra de la vida”. Y si alguien viera ahora mismo esta cita como un lugar común, el propio Apóstol lo desmentiría así: “No se ha de decir lo nuevo, sino el instante nuevo de la emoción”
 
Algún día iba a ocurrir, empezó su crónica una colega. Calificó la muerte de Eusebio Leal como un manotazo duro, un golpe helado. Y, hablándole imaginariamente a él, apuntó: “Tú, sin aspirar a lo grande, sino a servir. No dejándote seducir por la gloria, sino por lo glorificable, eres hoy en cada cubano una palabra dicha con recato, un símbolo de integridad”.
 
Citó la periodista metáforas sobre Leal dichas por el Presidente de Cuba: “Ha muerto Don Eusebio, el de la memoria enamorada. Nos hizo llorar y reír con la historia de la nación que somos, al darle carácter y alma, poniéndole nombres e iluminando sus oscuridades como quien enciende luces en medio de la noche. Hoy se nos ha ido el cubano que salvó La Habana por encargo de Fidel”.
 
La emisora del Centro Histórico habanero, Habana Radio, calificó la noticia de vacío, tristeza, conmoción por el hombre capaz de devolver a los que nacimos en Cuba parte de nuestra identidad. Lo denominó el gladiador, el descubridor y redescubridor, cada día y durante años, de su ciudad natal, también la nuestra. Y recordó así, con cariño, al lector voraz, amigo, primero estudioso autodidacta, investigador, arqueólogo, escritor y, en su momento, graduado de Licenciado en Historia.
 
Lo nombraron de muchas justas maneras    

Todo eso está muy bien, y es exacto, pero simplemente podría denominársele un Quijote contemporáneo. Además, vivió y creó abrazado a la dicha de su maestro y guía, Emilio Roig de Leuchsenring, de quien bebió su savia, su amor a la capital cubana, hasta llegar a confesar: “Sin Roig no existiría Eusebio Leal”.

Su libro: el reflejo de una vida de total entrega a su ciudad
y a su país. / escaneada por Gilberto Rabassa

Y no soslayó su equipo de radio la clarividencia de la doctora Ana Cairo al pronunciarse de este modo: “En su caso se evidencia que es posible ser pobre y tener educación, civismo, cultura. Leal debe seguir siendo un paradigma de la sociedad cubana”.
 
No falta en estas citas la palabra de Luis Toledo Sande, que lo nombró un gran trabajador, con el don de la facundia; ni las declaraciones sinceras del doctor Eduardo Torres-Cuevas, quien no pudo callar la pena, y comentó de este modo su dolor: “Repitiendo palabras de Martí, yo creo que Leal fue uno de los hombres más reales y útiles de nuestra época”. Recalcó que brilló en toda su obra con fuerza, “la ética más profesional y humana, y muy sagaz visión de lo que había que hacer y de cómo hacerlo”.
 
Mencionó Torres-Cuevas haberle oído esta anécdota: “Mi abnegación no ha sido en vano, porque, entre otras cosas, caminando por cierta plaza de La Habana Vieja, se le acercó un padre con su pequeño hijo. Ambos para saludarlo. Y al preguntarle al muchacho su deseo de estudiar cuando fuera grande, respondió: “¿Yo? Historiador”.  
 
Otros compañeros del gremio resaltaron así en sus respectivas crónicas el sentir no menos angustioso: “Ha partido el culpable de tantos encantos, el que pobló con numerosas palomas y grata música muchos parajes que ya no son el casi despectivo casco, sino el Centro Histórico habanero; el cubano dueño de la facultad de hacernos el todo posible de los imposibles; lo vimos defender centavo a centavo, ladrillo a ladrillo, las obras de restauración; y nos recomendaba siempre no deponer las armas, convencido de lograr elevar hacia la categoría humana a hombres y a mujeres”.
 
Cierto amigo y compañero de trabajo lo llamó “guerrero indomable, paloma artillada que tanto amaba la palabra resurrección y que no moría, sino emprendía el vuelo hacia lo alto junto a ese canario amarillo protagonista de un hecho inexplicable: amanecer muerto el mismo 31 de julio en la jaula de su casa, adelantándose minutos a su dueño y amigo. Por eso hoy, comentó ese joven: he vuelto a mirar al cielo azul de Cuba desde el patio aquel, casi sin furia, en el anhelo de encontrar un destello de luz amarilla, como tu canario cantor”.                               
Hasta describieron al culto Historiador de La Habana, que andaba a todas horas obsesionado con la Historia y las piedras de la Ciudad, como si fuera ella su adorada Dulcinea, su novia azul de los sueños de un Quijote caribeño.   
 
Un gran amigo que esperaba para verlo en su oficina, tomó el libro cercano a sus manos entonces y en su página primera decía, con una letra y una firma inconfundibles: “A Eusebio, el más leal”, era la rúbrica de Fidel.
 
Leal lo fue también con mi hermano moribundo

Aquí ahora escribo sobre un simple ejemplo demostrativo de cómo Eusebio sabía cumplir las promesas que hacía y, asimismo, hablo de dos facetas suyas poco conocidas.

Eusebio Leal nació en el número 660 de la Calle habanera Hospital
en 1942 y murió el viernes 31 de agosto de 2020. Es verdad que salvó
La Habana por encargo de Fidel. / autor no identificado

Cuando mi hermano mayor estaba en la recta final de su vida, me pidió que, si coincidía con Leal en mis trajines periodísticos, le diera tres tarjetas de presentación diferentes que el propio historiador le había entregado en ocasiones distintas, en gestos de cortesía características de su proverbial decencia.
 
Me explicó que tales tarjetas se las dio cuando, casualmente, lo atendió en turnos laborales del Departamento de Tráfico Nacional del Aeropuerto Internacional José Martí, de Rancho Boyeros, al chequear o depositar su equipaje, poco antes de su vuelo de trabajo. Las guardaba entre sus cosas más queridas. Una de ellas, la primera, dada por Leal en 1960, era la más antigua y desigual de todas, diseñada en bello colorido rojo y negro.
 
Con las tres pequeñas cartulinas rectangulares en mi portafolio, fui a cubrir como reportero un encuentro nacional de historiadores que se celebraría en el teatro de la Escuela Provincial del Partido Olo Pantoja, de La Habana, en el que Eusebio haría la apertura del evento.
 
Tuve la suerte de verlo unos minutos solamente, pero para mí preciosos. Lo abordé enseguida para cumplir el encargo de mi hermano mayor, enfermo de cáncer terminal de próstata: ¿Tendrá tiempo de atenderme?, pensé; me atendió cortésmente. Después escuché y reporté su crucial discurso. Pude decirle que mi hermano, que moría, era un héroe de Girón.
 
Le di las tres tarjetitas. Deliberadamente coloqué en el último lugar la más vieja y valiosa de todas, que decía: “Eusebio Leal Spengler, adoctrinador revolucionario del Movimiento 26 de Julio”. (Incluía, por supuesto, la conocida y popular imagen rojinegra de la histórica bandera de la organización fidelista.
 
Leal cuando vio el pequeño, significativo y honroso documento, sorprendido, confesó: “¡Oh, qué bien. Tarjeticas de presentación de este tipo se me acabaron hace mucho tiempo y ya no he encontrado en mis cosas ninguna, aunque las he buscado, pero entre tantos materiales y papeles con que trabajo a diario, y varias mudanzas, no he hallado ni una sola. Esta del M-26-7 me viene de perilla, porque muy recientemente hablé con un compañero de gran prominencia acerca de esta faceta mía de adoctrinador revolucionario, y agradezco mucho el gesto de tu hermano enfermo y el tuyo de traérmelas. Ya había renunciado a tenerlas. Se ve por lo claro que es vieja, no un invento mío”.
 
Realmente era temprano en la mañana del 14 de abril de 2013. Leal me extendió su mano y cuando iba a incorporarse al teatro, se detuvo de pronto, se viró hacia mí y me pidió que le escribiera rápidamente en la libretica que extrajo del bolsillo de su camisa de caqui gris, el nombre y los apellidos de mi hermano y su dirección. Lo hice a la carrera, para no robarle ni un minuto más y me aseguró: “Es que ahora se me ha ocurrido mandarle algo que le servirá de mucho en medio de su sufrimiento, y que se ha ganado y se ganó como miliciano de Playa Girón del Batallón 114 de Santiago de Las Vegas, como me has referido y, seguramente, después de tantos años sin vernos, le alegrará recibirlo. A ti te será muy útil también como periodista, cuando él, por lo inexorable del destino, ya no esté por aquí”.
 
Verdaderamente no era la primera vez que hablaba con Eusebio. Sin embargo, soy honesto, pensé que todo era un simple cumplido suyo, pues imaginé: “Esa promesa no podrá cumplirla con tanto trabajo crucial que tiene”. ¡Mas me equivoqué totalmente! Pasaron ¡solo dos días! y un enviado de su oficina llegó a la casa de mi hermano, en el barrio habanero de Calabazar, con un libro suyo que le mandaba y que conservo hasta que me muera yo también: Legado y memoria, Eusebio Leal Spengler, Ediciones Boloña, Colección Opus Habana, La Habana, 2009, con la siguiente dedicatoria en tinta azul, en palabras cursivas de su puño y letra:
 
“Para mi amigo Ismael, este pequeño recuerdo de gratitud, La Habana, abril 16, año XIII”.
 
Puso su firma, no su nombre. Estaba ya en la portada del libro en letras doradas sobre un azul oscuro y una formidable foto donde aparecen sus nobles manos solidarias y creadoras. Le leí a mi hermano algunas partes del texto. Mostró su alegría por el delicado detalle del gran historiador y orador irrepetible que le enviaba y le dedicaba una de sus obras. Hacía rato ya que no veía a mi hermano feliz en medio de su dolor y su desgracia. Nos llamó la atención en la dedicatoria que para Leal la palabra Amigo la puso con letra inicial mayúscula y también que en el libro nos enterábamos mi hermano y yo de otra faceta suya desconocida: además de adoctrinador revolucionario, en ciertos momentos de su trayectoria personal y juvenil, había desempeñado el papel de actor de teatro.
 
Otras confesiones amistosas y fieles de Eusebio     

Aludo a los párrafos finales de la página 50 del libro en cuestión, respuesta a una pregunta de la entrevista introductoria del libro que le hizo Argel Calcines: “No tuve la oportunidad de construir una amistad con Lezama Lima, como la que mantuve hasta su muerte con el padre Gaztelu, o con Eliseo y Bella, o he tenido hasta hoy con Cintio y Fina”.​

La dedicatoria a un amigo que supo conservar un recuerdo que
forma parte de la historia de Eusebio Leal.
/ escaneada por Gilberto Rabassa

Así ahora continúa su escrito: “De alguna manera me introduje en esa familia, que era muy afín porque sus grandes preocupaciones eran las mías. Junto a ellos hice mis intentos de actor teatral, cuando me seleccionaron para un papel protagónico de Canción de Navidad, de Charles Dickens, cuya puesta en escena se realizó en la casa parroquial (iglesia) de San Antonio de Padua, en Calabazar. Allí conocí también a Octavio Smith, quien tomaba apuntes en el seno de aquella improvisada comunidad de actores”.
 
Más adelante, en otra parte del libro (también en la amplia entrevista de Calcines  -colaborador suyo por más de una década-  Leal dice algo que, por supuesto, no lo atribuye a mi hermano, pero que podría servirle. Afirma que “uno nunca debe olvidar determinados gestos bien intencionados, porque hay que tener siempre prenda de gratitud por aquellas personas que reparan en tu quehacer, cuando a muchos les parece irrisorio”.