Fidel más allá de este tiempo: Invencible
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Fidel le puso su sello a un movimiento de piezas obligado, pero no por ello carente de inteligencia política, en una partida que, con casi cincuenta años de existencia, ha colocado a la Revolución Cubana –como a nadie, desde el pueblo y el Estado- a la cabeza de la lucha por el socialismo y contra el imperialismo.
La renuncia de Fidel a continuar ejerciendo los cargos en los que se los reconociera por décadas, hizo que el foco de la atención mediática –como es habitual en los últimos años- se centrara en lo que tanto entusiasma a sus más acérrimos enemigos y a la blandenguería política del mundo entero: “la transición”. Por supuesto que la carroña enemiga no se privó de blasfemar y de especular a lo grande acerca de cómo Cuba irá, dulcemente, hacia la libertad de mercado y la “democracia política”.
Los más consecuentes con el deseo de verlo caer a Fidel, o de sobrevivirlo para festejar con champán, hicieron sonar algún que otro claxon por las calles de “la pequeña Habana”, en Miami: un acto reflejo, trillado y fofo, para nada exento de gestos mafiosos y pendencieros. A distancia incalculable de la estatura de un hombre que no abandonó –ni abandona-, jamás, su objetivo principal: hacerlo todo y más, para que Martí siga sosteniendo con orgullo que “Patria es humanidad” y para que el Ché, refiriéndose a los que luchan, reitere mañana aquello que dijera, incansable, ayer: “Al frente de la inmensa columna va Fidel”.
Va, a pesar de sus pesares. Va, colocándose donde se sabe útil, con su inmensa capacidad de hacer, anticipándose, la jugada que sostiene la tensión de una partida en la que el enemigo no ha podido, ni podrá, cantar victoria.
Prever lo hace fuerte a Fidel en un tablero en el que se dirimen, incesantes, las relaciones de fuerza con los dueños del dinero, ávidos de acabar con la Revolución Cubana y sus ejemplos. Ansiosos, groseros e inmorales, al extremo de que un criminal de guerra -George W. Bush- gaste a cuenta amenazas y advertencias, mientras otros, tan criminales como él, lo secundan en el machacar por los medios de comunicación, donde un número nada desdeñable de bobos repiten, lamentables, la línea editorial del aparato informativo transnacional.
Fidel prevé. Tiene una medida no tan sólo de su reloj biológico, sino de la historia cubana, segundo a segundo, y del tiempo pasado y por venir fuera de la Isla. Y porque sabe lo que sabe, hace lo que nunca dejó de hacer: se anticipa. Y no hace, en este caso, otra cosa que no haya tamizado con sabiduría su cerebro exquisito.
“Los fuertes prevén; los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz”, cita a Martí en un acto, en medio de las enormes complicaciones y dificultades del año 94, en pleno período especial. Son los días en que el enemigo busca, desesperado, amarrar mortalmente la cuerda alrededor del cuello de la Revolución, tras el “desmerengamiento” de la Unión Soviética. Los largos días de la globalización de la barbarie.
Hoy, como entonces, como en el Granma, como en la Sierra Maestra, como en aquella monumental entrada triunfante a La Habana, como cuando proclamó el carácter socialista de la Revolución, como en la titánica tarea diaria de construir una sociedad justa, un mundo mejor, Fidel prevé. Invencible.