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Lo más significativo fue la actitud, el derroche de valor y de coraje de los combatientes (II Parte y final)

Fecha: 

19/04/2014

Fuente: 

Periódico Granma

Entrevista realizada al General de División (r) José Ramón Fernández por Magali García Moré y publicada en Granma el 20 de abril de 1976.

La autora, con motivo de las investigaciones realizadas por el entrevistado durante la preparación de la Conferencia Científica “Girón 40 años después”, del conocimiento de documentos desclasificados de la CIA y de otras dependencias del gobierno norteamericano, así como de publicaciones de distintos autores e investigadores, ha conformado el material que ofrecemos a continuación.

Alrededor de las 12:00 del día 18, ya tomada Playa Larga y acabado de recibir al Batallón 123, ordené que la agrupación de tropas que formé, encabezada por ese batallón, avanzara hacia Girón. Los tanques irían a la cabeza y los seguirían, a pie, los milicianos del Batallón, mientras que parte de la compañía ligera de combate marcharía sobre los tanques. Formaban parte de la columna dos baterías de ametralladoras cuádruples 12.7 mm.

Ya había recibido un mensaje “Urgente” desde el puesto de mando del Central Australia: “Dice Fidel que el enemigo está derrotado, que lo persigas sin tregua, pues es el momento sicológico. Ahora o nunca, es el momento”.

Un poco después en las primeras horas de la tarde, recibí en un mensaje “Urgente” de las 12:15 horas del Puesto de Mando, la orden de que “Hay que tomar Girón antes de las 6:00 de la tarde”.

Los mercenarios que se retiraron de Playa Larga no combatieron, sino que se refugiaron y reforzaron considerablemente la posición de Girón.
Un oficial que exploraba el camino por donde transitaría la agrupación, regresó sobre sus pasos para informarnos que en catorce o dieciséis kilómetros hacia delante no había nada. Ni señas del enemigo.

Eso decidió que ordenara la salida de los ómnibus en los que había arribado a Playa Larga el Batallón 123 y debían recoger al batallón en el camino, para que la marcha se acelerara, con el propósito de atacar y tomar Girón en el plazo ordenado.

Por información anterior asumimos que ese batallón tendría protección aérea. No la tuvo y a la altura de Punta Perdiz fue castigado con ametralladoras, cohetes y napalm por una escuadrilla de B-26, tripulada por pilotos norteamericanos, según se ha confirmado en documentación desclasificada. Fue elevado el saldo de muertos y heridos entre nuestros combatientes y el ataque ocasionó la consiguiente desorganización.

Me personé de inmediato en el lugar, que era a la cabeza de la columna. Se evacuaban los heridos, ardían los vehículos y reinaba allí todo el desorden que es de imaginar en situaciones semejantes. Se reorganizó rápidamente el Batallón, se le ordenó continuar a pie. El propósito era que avanzara lo más posible hacia Girón. Al día siguiente debía llegar a unos cuatro km de ese punto, moverse por un sendero hacia el Norte y adoptar una línea de pelotones en columna, avanzar hacia el objetivo con unos 50-100 metros de intervalo entre pelotones, todo por dentro de la enmarañada vegetación. Así se acercaría a Girón para capturar a los mercenarios en la desbandada que se produciría, llegado el momento.

MUY CERCA DE GIRÓN

Esa noche nuestras fuerzas ocuparon posiciones en Punta Perdiz; a solo 11 km de Girón.

Mientras tanto las fuerzas que arribaron a Yaguaramas, enviadas por el Comandante Juan Almeida Bosque, que estaba fundando el Ejército Central, recibieron la misión de avanzar en la dirección Yaguaramas-Horquitas hasta Babiney, donde habían desembarcado paracaidistas, con el propósito de cerrar esa carretera que atraviesa la ciénaga y conduce a San Blas, tomar ese enclave y avanzar en la dirección San Blas-Bermeja-Helechal-Playa Girón.

Esa agrupación de fuerzas comandadas por los comandantes René de los Santos, Raúl Menéndez Tomasevich y el Capitán Emilio Aragones entraron por Yaguaramas con la misión de Fidel de tomar San Blas, mientras que por el central Covadonga (hoy Antonio Sánchez) se desplaza otra agrupación de fuerzas bajo el mando de los comandantes Filiberto Olivera, Félix Duque, Evelio Saborit y Faustino Pérez, a la cual se une después un grupo mixto de artillería terrestre bajo el mando del comandante Pedro Miret, que combaten al desembarco aereotransportado lanzado en Jócuma, a la fuerza mercenaria fortificada en el Canal de Muñoz, y posteriormente en el poblado de La Ceiba.

El Comandante Félix Duque, entusiasmado por esa última victoria, se introdujo por error en las posiciones del enemigo en Helechal, fue hecho prisionero y le condujeron a Playa Girón.

Al comenzar la huída de los mercenarios y abandono de posiciones y del puesto de mando de la brigada en Girón, los que lo custodiaban lo condujeron en la misma dirección en que ellos huían y así sin saberlo se dirigieron al encuentro del Batallón 326.

En ese momento Duque había convencido a sus custodios y se convirtió de prisionero a custodio de los mercenarios que lo conducían, con sus armas y todo.

Ambas tropas confluyen sobre San Blas, después de una intensa preparación artillera, y juntas desalojaron al enemigo de esa localidad antes del mediodía del 19 de abril.

Posteriormente una parte de esa fuerza que llegó a Yaguaramas, recibió la orden de avanzar directamente al Sur hasta la costa en Caleta de Guasasa y con el Batallón 326 que avanzaba en dirección a Playa Girón formar el cerco en esa dirección.

Al mediodía del 19 de abril, los jefes de las agrupaciones de tropas que avanzaron desde Yaguaramas y del Central Covadonga coincidieron en El Helechal con Fidel y ocupando los tanques, avanzaron bajo el mando directo del Comandante en Jefe, en la dirección Bermeja-Helechal-Playa Girón, donde entraron al atardecer de ese día 19.

El capitán Orlando Pupo Peña, Jefe del Batallón 326, que avanzaba procedente de Cienfuegos en la dirección Guasasa-Caleta Buena-Playa Girón, recibió la orden de detenerse a distancia prudencial de Playa Girón pues se efectuaría un fuerte ataque artillero sobre esa posición, que era el centro de la jefatura de la brigada mercenaria y establecer una línea de contención, con el propósito de capturar a los mercenarios, que después de derrotados huirían confusa y desesperadamente, sin orden.

Al producirse la desbandada de los mercenarios en Girón, un grupo de ellos, con un tanque, avanzó en la dirección en que estaba el capitán Pupo, que luego de intercambio de disparos ocupó el tanque e hizo prisioneros a sus ocupantes y acompañantes.

LA TOMA DE GIRÓN

En nuestra dirección, el 19 amaneció organizando el ataque de nuestras fuerzas, que partiendo desde unos dos-tres kilómetros avanzaría sobre Playa Girón. Las baterías de obuses 122 estaban emplazadas desde horas tempranas a unos cuatro kilómetros aproximados de Girón y bastante separadas al Norte de la carretera, en el medio del bosque, al igual que los morteros 120 mm, pero estos cerca de la carretera.

La unidad que recibió la misión de atacar Playa Girón fue el batallón de la Policía Nacional Revolucionaria, al mando de los comandantes Efigenio Ameijeiras y Samuel Rodiles Planas, que llegó en la noche del 18, con la compañía ligera de combate del Batallón 116 a la vanguardia. Esas fueron las unidades que llevaron adelante la ofensiva final contra Playa Girón en la mañana del día 19.

Después de realizada la operación artillera, las unidades mencionadas, y en el orden referido, iniciaron su avance hacia Girón en la dirección Oeste-Este.
La defensa enemiga de Playa Girón la conformaban el batallón 6 y parte del batallón 3. Después de media mañana se sumó al combate el batallón 2, el mismo que se retiró de Playa Larga. Nombraron a Oliva jefe de la defensa en esa dirección.

En los accesos inmediatos a Girón se libraron combates encarnizados durante varias horas, por el Batallón de la Policía Nacional Revolucionaria y la Compañía Ligera de Combate del Batallón 116. Cayeron decenas de compañeros en el intento de ocupar las posiciones de los mercenarios, que se ocultaban y buscaban protegerse en cuanto pliegue de terreno o roca encontraban, mientras que los nuestros avanzaban sin que el paraje les brindase protección alguna. Se luchó con denuedo, heroísmo y alto espíritu patriótico y a un costo de numerosas vidas se logró la victoria a las sesenta y cinco horas y media de iniciado el desembarco de los invasores. Girón fue tomado a las 17:30 horas del día 19.

Como Fidel venía en camino le envié de inmediato el siguiente mensaje:

Tomamos Girón a las 17 y 30 horas.

Territorio Libre de América.
 
FINALIZAN LOS COMBATES


Así fue, a las 17:30 horas el batallón de la PNR con la Compañía Ligera de Combate del Batallón 116, después de duros enfrentamientos durante más de diez horas, penetraron en Playa Girón, finalizados los combates se les sumaron fuerzas del Batallón 180, del Batallón 227, de la Escuela de Responsables de Milicias y de otras unidades y los tanques, donde se hicieron en un primer momento casi una veintena de prisioneros.

Mientras las fuerzas mercenarias trataban de embarcar, lo hicieron unos pocos y la inmensa mayoría huía hacia el Norte, el Noreste y el Este.

A un costo de más de 176 muertos, de ellos 151 combatientes del Ejército Rebelde, la Policía Nacional Revolucionaria y la Milicia Nacional Revolucionaria, unos 300 heridos y 50 discapacitados de por vida; el invasor había sido derrotado.

Fueron tres días y dos noches de continuos combates donde las Fuerzas Revolucionarias hicieron derroche de arrojo, de valentía y decisión de vencer. El enemigo sufrió aplastante derrota y se le hicieron 1 214 prisioneros.

El acontecimiento de mayor riesgo y tensión de aquella jornada del día 19 de abril fue para mí un hecho que originó pasiones y actitudes encendidas y una verdadera lucha entre nuestra decisión de no hacer fuego contra dos destructores de la Armada estadounidense que estaban en nuestras aguas jurisdiccionales, a menos de dos mil metros de la costa, y la demanda, de los subordinados inmediatos, especialmente de las baterías de artillería, que enardecidos, y muy irritados por las bajas sufridas por nuestras tropas, demandaban con vehemencia hacerlo.

Los destructores se aproximaban con sus cañones desenfundados y apuntando hacia tierra en actitud provocativa y amenazante, mientras que, por el movimiento de botes desde los barcos hacia tierra y desde esta hacia los barcos, yo apreciaba que se producía un nuevo desembarco. No sabíamos que en la retaguardia enemiga había comenzado ya la desbandada y no lo podíamos ver porque nos lo impedían la configuración del terreno y la vegetación.

MOMENTOS DIFÍCILES

Reproduciré a continuación, literalmente, lo que sobre aquellos difíciles momentos se dice en el libro Bahía de Cochinos. La verdad no dicha, de Peter Wyden, que se entrevistó con los dirigentes de los medios de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que estaban allí, de los portaviones norteamericanos, con el jefe de los destructores y con el Almirante que mandaba la flota yanqui que acompañaba y protegía a los invasores, y tomó como base lo que ellos le narraron. Por otro lado, Wyden autor norteamericano que con tiempo y detalles investigó los hechos, se entrevistó asimismo con el compañero Fidel y con un grupo numeroso de cubanos que participaron en las acciones. Lo que ese investigador expresa en su obra, luego de confrontar las declaraciones de ambas partes, se corresponde, en nuestra opinión, con la realidad.

Dice:

“El comandante Fernández estaba indignado. Estaba ansioso por haber tomado Girón antes de las 6:00 p.m. del martes, como Fidel había ordenado. Ya era miércoles por la tarde y estaba paralizado, a una o dos millas de la victoria final sobre los invasores. La nueva carretera a lo largo del agua era excelente, pero a la izquierda los espinosos arbustos eran impenetrables; la costa, a menos de veinte yardas a la derecha, era tan rocosa que se hacía difícil encontrar un lugar donde emplazar con seguridad su artillería. El fuego enemigo era intenso. Había muchas bajas. Sus hombres tenían sed y estaban agotados”.

“Reiniciaron la marcha durante una tregua en el bombardeo a las 2:10 p.m. De pronto, el capitán Eugenio Teruel Buyreu, señaló con el dedo dos barcos de guerra en el mar. Los dos hombres corrieron hacia un montículo cubierto de hierba debajo de un árbol al lado izquierdo de la carretera. Fernández miró detenidamente con sus binoculares Zeiss. Definitivamente, los barcos eran destructores. Nadie en la zona tenía destructores salvo la Marina de Estados Unidos. Estaban a menos de dos millas de distancia, definitivamente en aguas cubanas, y avanzaban con rapidez. Sus cañones estaban descubiertos. Muchas embarcaciones pequeñas se movían entre la costa y barcos que estaban frente a Girón. Algunas parecían venir, otras ir. Fernández pensó que debían ser unas cuarenta, tal vez cincuenta”.

“Escribió a la carrera una nota al cuartel general en el central Australia en la que informó que estaban desembarcando refuerzos para los invasores y pidió otro batallón de infantería y un batallón de tanques. Hurgando en sus bolsillos en busca de papel y pluma, perdió las llaves de su auto de La Habana. Su nota salió con un mensajero en motocicleta. Ahora, sus tropas se habían detenido junto al agua, señalaban con el dedo y hablaban con excitación acerca de los barcos. ‘Todo el mundo quería disparar’. Fernández ‘pudo haberles dado sin duda’. No tenía instrucciones sobre cómo proceder con los barcos estadounidenses. Con anterioridad había descubierto aviones a chorro estadounidenses y había dado orden de dispararles, sin éxito, pero eso era distinto. Los aviones estaban ‘violando nuestro espacio aéreo y participando en la intervención’. Si él hubiera atacado a los destructores que estaban a cierta distancia y ellos hubieran asegurado que solo estaban patrullando en aguas internacionales, las ‘consecuencias podrían haber sido trascendentales”’.

“Fernández era muy consciente de que tenía que ser ‘un oficial responsable’. No sentía ningún resentimiento hacia Estados Unidos. Había sido tratado con amabilidad durante su entrenamiento en Fort Sill, no iba a dar a los comandantes de esos destructores una buena excusa para que tomaran represalias e intensificaran la guerra. Tampoco ‘era lógico pensar que dos destructores atacarían solos’. Tendrían que haber ido acompañados de apoyo aéreo, y los aviones a chorro estadounidenses no habían atacado”.

“Él no llegó a esa conclusión enseguida. Al principio, manteniendo en la mira de sus binoculares los cañones de los barcos que navegaban a toda prisa, pensó que era posible que los destructores atacaran. Cuando redujeron la marcha y ‘casi pararon’, empezó a pensar que no dispararían. Fue ‘el momento más dramático’ de la guerra. Se sentía muy solo. Echaba mucho de menos tener a otra persona responsable con la cual intercambiar opiniones”.

“La presión a su alrededor aumentaba. Sus hombres seguían exigiendo que se disparara. Estaban molestos por las bajas que habían sufrido. Fernández tenía tres obuses de 85 mm y seis morteros”. (*)

(*) Evidentemente el Sr. Wayden, que es bastante preciso, por un problema de nombre se confundió, lo cierto es que ese día cuando los dos destructores se acercaron a la costa, yo poseía dos baterías de cañones 85 mm que significan 12 piezas de artillería, tres tanques T-34 y 5 SAU-100, lo que hacen en total 20 piezas de artillería.

“Ordenó que los alinearan a su derecha, casi directamente en el agua. A su izquierda alineó sus tres vehículos blindados semiorugas soviéticos con sus cañones autopropulsados. Girón se olvidó por el momento. Dio orden de disparar los cañones individualmente, solo contra las embarcaciones pequeñas; pensó que podrían traer ‘otra brigada’. Nadie debía disparar contra los destructores. Fernández se mantenía mirando con sus binoculares para estar seguro de que no los habían atacado. En ese momento llegaron alrededor de otros 20 obuses de 85 mm. El jefe que los comandaba también insistió en disparar a los destructores. Fernández ordenó incorporar esos obuses a los demás y seguir las órdenes que él había dado. Su nuevo frente se extendía ahora unas 150 yardas”.

“El debate acerca de disparar contra los destructores no duró mucho. Maestro de cadetes militares durante toda su vida profesional, Fernández tenía la voz de un profesor, la actitud de un comandante y la perseverancia que hacían que los estudiantes y subordinados hicieran lo que él decía sin muchas objeciones”.

“Entonces Fernández vio aviones de su fuerza aérea que también atacaban las pequeñas embarcaciones. Se alegró mucho. Era la primera vez durante toda la batalla que veía aviones amigos.

“Los destructores se dieron vuelta después de unos treinta minutos, calculó después Fernández. En aquel momento, no pareció ese tiempo: Parecía que nunca terminaría”.

“Un extraño silencio invadió el frente”.

“Para el comodoro Crutchfield en el Eaton la batalla tampoco parecía terminar”.

“Después que su sombra fiel, el Murray, se le volvió a unir, había estado reconociendo lentamente la costa. Washington seguía presionando pidiendo información. Él podía ver algunas embarcaciones moverse al vaivén de las olas entre el Eaton y la costa. De repente, vio tanques que con un ruido sordo se dirigían hacia la playa desde la izquierda. Estaban a solo unas dos mil yardas de distancia. Abrieron fuego”.

“Uno de los proyectiles pasó por encima del puente haciendo ‘zuum’ y cayó a unas cincuenta yardas, demasiado largo para dar en el blanco. Otro se quedó a cincuenta yardas”.

“El capitán Perkins, también en el puente, pensó que habían determinado el alcance. Los artilleros del barco estaban listos. Pidieron permiso para devolver el fuego”.

“Crutchfield no lo dio. Se planteaba muy seriamente devolver el fuego. Si los proyectiles hubieran caído ‘más cerca’ lo habría hecho. Sin embargo, le habían metido tanto en la cabeza la conveniencia de tener extrema cautela que sentía la necesidad de esperar. Era evidente que Washington no quería que los destructores, el portaaviones ni sus aviones a chorro participaran en actos de guerra. En ese momento había que mantenerse sereno. Sí, tenía órdenes de defenderse. Pero ¿se trataba de un ataque serio? Él estimaba que no, que los proyectiles eran proyectiles que se habían desviado de la ruta. Procedían de tanques, no de la artillería, que habría sido mucho más grave. El fuego de artillería de Fernández no estaba cayendo cerca de él.

Crutchfield pensó que el bombardeo era errático y en realidad no amenazaba al Eaton ni al Murray”.

“Le dijo a Pete Perkins que se pusiera en camino. Seguido del Murray, se movieron hacia el este, lejos de la playa y del fuego enemigo. Detestaban dejar las pequeñas embarcaciones detrás. Podría haber hombres de la Brigada en ellos que estaban tratando de escapar. Era inevitable. La próxima vez algunos proyectiles podrían dar en un destructor y se verían obligados a responder. Nadie quería iniciar la III Guerra Mundial”.

Hasta aquí la larga cita de Peter Wyden, en su libro Bahía de Cochinos. La verdad no dicha.

Es verdad que los barcos se retiraron. En ese instante tuve la impresión de que la guerra había concluido, y sentí un silencio enorme en mi cabeza, como si estuviera flotando en el aire. Fue la intensa descompresión que experimenté.

Para mí esos hechos y esa decisión, impuesta con firmeza y clara conciencia de su trascendencia, y la situación que se creó con las fuerzas que mandaba, constituyen el momento más trascendente y quizás los minutos de mayor presión que he experimentado en mi vida.

Pasaron los años. En marzo del 2001, durante la conferencia académica “Girón 40 años después”, que se televisaba en vivo, el Comandante en Jefe Fidel Castro, acostumbrado a tomar decisiones trascendentes, en tono de broma, pero reafirmando su aprobación por aquella decisión, me preguntó:

—¿Con quién consultaste?

Abrí los brazos en plegaria, dibujé una sonrisa y respondí:

—Estaba solo. Con quién iba a consultar, ¿con los dioses?