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Los mismos de siempre

Fecha: 

19/02/2021

Fuente: 

Periódico Granma

En días en que se desenmascaran actos contra la Patria, y seres sin escrúpulo, capaces de ponerse un precio, consuman hechos que causan vergüenza, cobran actualidad aquellos versos de Félix Pita Rodríguez, que parecieran firmarse hoy, aun cuando se escribieran hace varias décadas:
 
Son ellos, son los mismos de ayer, / los de Oswiecim, de Buchenwald, de Lídice, / de Teresin, de Maidaneck, / son ellos, / son los mismos de ayer.  Tienen registros de la muerte / inventarios de muerte / catálogos de muerte y almacenes / depósitos de muerte / El hueso, las cenizas, los tizones los residuos quemados son sus trofeos / son sus estandartes.
 
Desde contemporáneas escenas, el poeta etiquetaba a ciertos autores de crímenes, similares a aquellos que, bajo las banderas del fascismo, fueron ejecutores de atrocidades, como lo son siempre los mercenarios, a su vez pagados por otros que no escatiman vilezas para engordar sus bolsillos.
 
Si bien el mundo vive en perpetuo cambio, hay esencias perdurables. Como no cambiará jamás la condición antimperialista de la Revolución Cubana, porque su raíz es antítesis del despotismo y la deshumanización, tampoco lo hará la raíz imperial, que nada limpio amasa en sus tentáculos.  
 
Quienes llaman desde Estados Unidos a un levantamiento popular en Cuba, por medio de las redes sociales, cumplen un mandato, abonado por los que hoy alimentan aquellos horrores del viejo fascismo, y que siguen, como mansos bueyes, instrucciones de muerte contra sus hermanos.
 
Impresionado ante la desfachatez, aunque nunca ingenuo, el pueblo cubano ve hoy a ciertos coterráneos confesar miserias. Se estremece el ánimo y cuesta oír a algún asalariado que busca arriesgar, con sus actos, la tranquilidad de un país incapaz de ruindades.
 
De esas bravuconerías lanzadas desde lejos sabe bien Cuba, que por décadas se erige, procurando el bien de los suyos, con la soga imperialista lanzada al cuello, y a pesar de ello, respirando.
 
En forma de ataques bacteriológicos, difamaciones, listados descocados, manipulación mediática, actos terroristas y medidas extremas, han estado siempre cerca los mismos de siempre, donde encajan, como mano en guante, los que hoy procuran dividir y desestabilizar la sociedad cubana. Por tanto, la aversión y el odio no nos son desconocidos.
 
Tampoco lo son –sobran los ejemplos en la historia mayor, y en la que escriben hoy hombres simples que batallan y edifican– las posturas robustas que ponen en alto el nombre de esta tierra. Baste recordar la asumida por el Comandante en Jefe de la Revolución, cuando las recias medidas contra la Isla, anunciadas por la administración estadounidense de George W. Bush, buscaron en el pueblo cubano, como lo hacen hoy, el desánimo y la rendición.
 
En memorables palabras, Fidel le notificaba al mentor de turno del imperio que las ideas justas y realmente humanas a lo largo de la historia han demostrado ser mucho más poderosas que la fuerza, y que, para destruir a Cuba, del modo en que lo fantaseaban, darían órdenes precisas a quienes estaban para cumplirlas, porque, en el combate de los ejércitos, el mandatario no pisaría el escenario.
 
A varias verdades aludió Fidel entonces. Y habló de los horrores del mundo, de la irresponsabilidad del gobierno estadounidense, del poco ánimo de repensar las consecuencias de sus políticas, el ningún interés por la vida de los seres humanos, el manicomio en que se había convertido la política mundial.
 
Desde entonces, incluso antes, ya se etiquetaba el sistema económico y político de Cuba con el nombre de tiranía, una «tiranía» que puso en los más altos niveles los conocimientos y la cultura, la que redujo la mortalidad infantil a un índice menor que el de la potencia imperial.
 
De esto y más hablaba Fidel en aquellas palabras que guarda en su corazón el mismo pueblo que lo vio ser el primero en defender a Cuba, cuando fue atacada por los mercenarios en Playa Girón; o el que, en pleno periodo especial, fue en persona, sin más defensa que su chaleco moral, a confrontar los disturbios que habían tenido lugar, por grupos vandálicos, en La Habana.
 
Corto y vehemente, el texto cierra con una certeza que nadie pondría en duda: ningún cubano, con Fidel al frente, vería jamás el rostro de los que empujan a matar. «Solo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea, para morir combatiendo en defensa de mi patria».
 
Ninguno de los cubanos que defendemos hoy la paz de nuestro país,  ninguno de los que ocuparemos, si es preciso, el frente, veremos el rostro de los que hoy piden sangre para Cuba, de los que piden muerte para «devolvernos» una dicha que no tienen ni ellos mismos. Así es como actúan los mismos de siempre.