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Memorias de un deportista

Fecha: 

01/01/2003

Fuente: 

Todo el tiempo de los Cedros, Casa Editora Abril, 2003
La Salle

En septiembre de 1935, Ramón y Fidel volvieron a reunirse e iniciaron juntos el nuevo curso en La Salle. Fidel cursaba el segundo grado, con nueve años recién cumplidos, y debía volver a la casa de las Feliú cada atardecer. Sus padrinos, Belén y Hibbert eran muy estrictos, lo reprendían continuamente y lo amenazaban con enviarlo interno al colegio.

Después de las vacaciones le resultaba difícil adaptarse. Extrañaba a sus padres, no tenía libertad y se sentía solo. Decidió cambiar su vida y rebelarse para que  cumplieran la advertencia: había llegado a la conclusión de que estudiar interno en el colegio sería más acogedor y divertido, así evitaría todos los sermones, las reprimendas y reproches, aquella catarata de imprecaciones reiteradas y abrumadoras.

Un día, a fines de ese mismo año de 1935, por primera vez en su vida desobedeció todas las órdenes, violó los reglamentos, las prohibiciones y silencios de una manera planeada, consciente, como una gran rebelión, al punto de que, efectivamente, sin esperar más, lo enviaron pupilo a La Salle.

Para el niño representó un cambio bueno y radical. Nunca más regresó a los ámbitos de la calle Santa Rita y sin rencores se acercaría después a su pasado de modo indulgente con quienes lo hicieron sufrir. Se proponía dejarlo atrás; sin embargo, no lo conseguía del todo a pesar de la lejanía, porque las experiencias vividas allí habían sido lacerantes y permanecerían para siempre como un recuerdo áspero. En el Colegio La Salle, podía jugar en el patio con los muchachos a las carreras y los escondites, durante el receso, y esa expansión sana, esa compañía maravillosa de los de su edad, lo hacía muy feliz, sentía una complacencia que le permitía también la calma y sueño profundo durante las noches.

Los jueves y los domingos, la goleta El Cateto enrumbaba la proa desde el muelle de La Alameda hacia la península Renté, donde los hermanos del colegio poseían una casa de descanso con áreas deportivas junto al mar. La embarcación navegaba lenta por la bahía, demoraba unos veinte o treinta minutos hasta el muelle en la playa poblada de caracolas de colores, troncos de palma cana y misterios de barcos hundidos. Hasta allí llegó Fidel con el aire y el olor del mar en los pulmones y la memoria. Sentía toda la felicidad del mundo en aquella vida de pesquerías, natación, caminatas, juegos y exploraciones infinitas.

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Belén

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Cada vez que uno de los jugadores del equipo de Belén se alzaba y colaba una canasta, la bancada vivía la animación del partido de una manera desbordada y vocinglera. Fidel Castro fue la revelación como efectivo guard en los equipos de menores de dieciséis y dieciocho años, tal como se reseñaba en la sección de Deportes de la Revista Ecos de Belén, donde aparecieron las fotografías de equipos de baloncesto. Se le veía erguido, enfundado en la camiseta y el short distintivos de Belén y se le reconocía una "impetuosidad indomable". Todavía entonces, nadie adelantaba que llegaría a ser el jugador en el que descansaría toda la esperanza de triunfo del colegio.

Al final del tercer año de bachillerato figuraba como miembro del equipo de fútbol, participaba en competencias de track, establecía récord de 5,8 pies en salto alto, y sobre todo, era excelencia de su año con premios en las asignaturas de Español, Inglés e Historia.

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