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“¡Óyeme, para la otra te aviso!”, le dijo Fidel a Esmérido Rivera Rúa

Fecha: 

24/05/2013

Fuente: 

Diario Granma
El nieto de Chicha, de estirpe mambisa, recorre con la autora, el agreste camino por donde sacó al hombre grande y compañeros, burlando la “ratonera” tendida por los guardias la mañana del 26 de Julio de 1953.Durante la noche del 25 y la madrugada del 26 de Julio de 1953, cuando Fidel y sus compañeros se preparaban en la Granjita Siboney para emprender la acción del Moncada, Esmérido Rivera Rúa, de veintitrés años, alto, fuerte como un roble, de blanca y resistente dentadura, músculos elásticos, callosas las manos, negro pobre y tan joven como los que se aprestaban al combate, bailaba en una fiesta en el sitio de Buenavista, por la cordillera de la Gran Piedra —cerca de Siboney— por donde vivía su novia, Norma Silva, a quien amaba desde la edad de 12 años.

El nieto de Chicha, de estirpe mambisa, recorre con la autora, el agreste camino por donde sacó al hombre grande y compañeros, burlando la “ratonera” tendida por los guardias la mañana del 26 de Julio de 1953.

A la hora aproximada en que partieron en caravana de automóviles los que serían héroes o mártires del Moncada y Bayamo, Esmérido Rivera Rúa decidió de pronto irse de la fiesta que se prolongaría hasta el amanecer porque era domingo y seguiría el carnaval. Pensó volver para almorzar.

Esmérido dijo rampante: "Me voy" y abandonó la parranda. Emprendió el camino de regreso bajando lomas rumbo a la casa de su abuela Chicha —Leocadia Garzón—. Cuando llegó serían más de las 8:00 a.m.. La abuela lo esperaba: Él, sin imaginárselo también tenía que jugar un papel en la historia del 26 de Julio.

Un día, pasado algún tiempo, el propio Esmérido Rivera Rúa, el nieto de la negra hija de esclavos me contó de la solidaridad del pueblo con respecto al Moncada:

"Si me hubieran matado por sacar al hombre grande de esa ratonera, estaría agradecido de la muerte y mis huesos estarían contentos". Y continuó: "Ya que insiste en preguntarme le voy a contar"...

Aquella mañana su abuela le dijo: "Mi nieto, aquí llegó una gente de la que atacó el Moncada, curamos a un herido, Justina y yo... ve a ver, andan por el río". Le refirió más cosas pero él estaba rendido de cansancio por la fiesta y la caminata y se acostó pero "se me quedó eso en la cabeza y lo del hombre grande que también le oí decir". Empezaron a ladrar los perros, Esmérido miró por la ventana y vio "como un cabecerío; no sé si eran guardias; entonces me levanté pensando en lo que me dijo mi abuela, que iban por el río y salgo a buscar a esa gente, salgo por la ventana, sigo el rastro y los encuentro. Ahí estaban en la manga, especie de cerca, que separaba por el río las fincas de Andrés Nogué y Pancho Fernández (... ) estaban entre el camino del arroyo y el camino de la Gran Piedra. Del camino del arroyo los guardias podían subir para ese lugar donde ellos estaban y los encontraban seguro. Aquello era una ratonera. Al que me dio el alto le decían El Catalán. Les dije: Miren, los vengo a sacar... y ellos mandaron a buscar al jefe. Me dice él, el hombre grande del que me habló mi abuela: "Óyeme, llévame a la Gran Piedra". Y le digo: "No, a la Gran Piedra, no, porque los guardias nos van a coger en el camino. Para mí estaba claro que iba a seguir con ellos. Vamos a Ocaña, a los Altos de Ocaña. Y entonces cojo adelante, me siguen. Los llevé por otro camino, siguiendo la ruta del río Carpintero, porque por allí había una mata que se llama guamá, una planta que sirve para remedio de los riñones y es muy, muy coposa. No nos podían ver los guardias. Por donde pensaban ir era lomas limpias. Yo era bruto cuando aquello pero me daba cuenta de eso. Acerté".

Esmérido recuerda que en el camino encontraron una mata de mamoncillo, muy grande y se sentaron debajo y allí notó perfectamente de que el hombre grande era el único que venía medio vestido de guardia. Tenía puesto un pantalón de kaki de los que usa el ejército y una camisa blanca de sport, de mangas cortas, con muchos huequitos, como tejida. "Me parece que lo estoy mirando". Y es cuando yo propongo cambiar mi pantalón por el de él pues era de la misma talla, más o menos. El hombre grande llevaba una pistola... ellos todos andaban con escopetas o fusiles marca "U".

"Al llegar al otro lado del camino de la Gran Piedra, por donde había una mata de jobo y un algarrobo, otra de güira, guatapaná, verdecito y palmitas y güines de río, el hombre grande (Fidel), me dice: "Hasta aquí".

Esmérido Rivera Rúa, primer guía de Fidel después del Moncada. Alcanzó los grados de primer teniente en el Ejército Rebelde. "Cuando estamos hablando ahora le digo todavía el hombre grande a él, porque en ese momento no sabía quién era y así me lo representaba, como me dijo mi abuela, por lo alto que era en comparación con los otros. Entonces empiezan todos a darme la mano para despedirse y dice el hombre grande cuando me dio la mano:

"¡Óyeme, para la otra te aviso!".

"Mira que ese hombre perdido, perseguido por los guardias y decirme que me avisa para el otro ataque, porque eso fue lo que quiso decirme. Así yo lo interpreté. Aquello me llegó a mí... ¡hasta el alma!... Bueno, ahí fue mi despedida como guía; caminamos como hora y media, juntos. Sé que más adelante, por Ocaña, en El Café, en Soledad y hasta en Las Delicias, hubo otra gente que los ayudó. Pero aquel día temprano los guardias estaban desaforados. Si lo cogen... lo matan".

Los guardias se encontraron con Esmérido por el camino, cuando el joven regresaba a la estancia de su abuela Chicha y lo cogieron para matarlo. Lo llevaron junto a un farallón y entre golpes de culatas, empujones con los cañones e insultos con los más denigrantes epítetos lo interrogaron.

¿Qué le preguntaron?

"Me preguntaron si yo había sacado a esa gente que estaba allí, y yo que no, que no la había sacado: "Que si la sacaste". Y yo que no he sacado a nadie. Me pegaron a un farallón pero en eso un guardia que estaba subido en un camión, al parecer el jefe de todos ellos dijo: "Suelten al negro de mierda ese, que ese negro no sabe nada". Y esas palabras se la agradezco toda la vida... La verdad es que yo no hablé porque quise parecerme a mi abuelo Leonardo Rivera, Nanito el veterano. Quise ser igual que él. Desde chiquito, él me contaba cosas de la guerra de independencia, y yo quería parecerme a él. Quería parecerme a mi abuelo mambí, y a mi papá cabecilla de huelga en los cortes de mineral de Firmeza y de Juraguá. Era minero, causa por la cual lo mataron en La Pimienta cuando no tenía aún 30 años".

Epílogo: Un combatiente

Los guardias no dejaron del todo tranquilo a Esmérido y de hecho él se convirtió en una especie de cimarrón en la finca del catalán Nogué donde trabajó desde los 12 años casi como esclavo. Al cabo hizo contacto con el Movimiento 26 de Julio y se enroló de lleno en la lucha, participando en el cerco al cuartel Moncada el 30 de Noviembre de 1956. Fue hecho prisionero, los guardias le pegaron con rabia. En la cárcel de Boniato, Frank País habló con él, "y Frank y José Ponce Díaz me enseñaron a leer y escribir porque yo no sabía ni la O"—me reveló Esmérido.

Cuando salió de la cárcel se dedicó a recoger armas entre los campesinos de la zona y a juntar gente: los llamaban "Los escopeteros de Esmérido".

Luego participó en combates, incluso en el de Moa, dentro de la Columna perteneciente al Segundo Frente Oriental Frank País, junto a Pedro Soto Alba y llegó a alcanzar el grado de primer teniente del Ejército Rebelde. "Pero para mí —decía Esmérido Rivera— "el acto más revolucionario de mi vida fue sacar al hombre grande de esa ratonera, el 26 de Julio de 1953".