Poemas

"... porque Fidel lloró"

En 1972 Dong Ha fue liberada. En ese entonces yo era escolar de primaria en la comuna de Trieu Luong, y muchas veces me trasladaba en los carros de las fuerzas de liberación. A menudo me encontraba con visitantes y periodistas extranjeros que visitaban las zonas liberadas de Quang Tri.

Todos los que me veían me acariciaban los muñones de mis brazos mutilados y mi pierna renga, recuerdos de las bombas de los B-52 yanquis. Cuando terminaban de palparme, de tocarme con sus manos y filmarme, el carro me regresaba a la escuela para continuar mis estudios. Como eran tantas las veces que esto sucedía se convirtió en costumbre y no había mucho que recordar.

Pero ocurrió que una vez, el 16 de septiembre de 1973, fui conducido a ver a Fidel Castro, de quien el soldado de las fuerzas de liberación que me fue a recoger me dijo, en forma confidencial: "Vas a encontrarte con un occidental fiel a nuestra causa", cosa que recuerdo siempre, y que no podré olvidar jamás.

El tiempo en Dong Ha, aunque estábamos en otoño, era muy caluroso. Los vientos de finales de la estación levantaban un polvo enceguecedor, pero Fidel, como si tuviese la intención de esperar a alguien, cubriéndose del sol caliente y del polvo, con su cuerpo empapado en sudor, se encontraba parado frente a la puerta de una casa de latón, construida con rapidez, cerca de un viejo fortín. Cuando el carro que me transportaba se detuvo a su lado, Fidel, tomándome por las axilas me condujo hacia la casa con sus manos firmes; con una me atraía hacia su pecho y con la otra me acariciaba la cabeza y las orejas con ternura, como si yo fuera un hijo suyo, un pionero de su tierra al que hacía mucho tiempo que no veía. Al tiempo que me acariciaba, me decía cosas tiernas y sentimentales que yo no entendía.

Cuando acariciaba mis brazos mutilados por los codos, sus manos apretaban más mi cuerpo. Sus labios se presionaban contra mi rostro, mis ojos, mis mejillas, no permitiéndome distinguir más que sus barbas espesas y duras que se metían en mis ojos húmedas. Fidel lloraba.

Inquieto, emocionado, pegaba mi cabeza a su cuello, a sus hombros y también lloraba. Yo aún no sabía quién era, pues sólo me habían dicho que era "un occidental fiel a nuestra causa".

Esa era la primera vez que yo lloraba después de encontrarme con mi madre al salir del salón de operaciones, donde los soldados de las fuerzas de liberación me salvaron la vida la noche en que los intensos bombardeos de los B-52 yanquis me hirieron de gravedad.

Esta vez lloré porque Fidel lloró. El me compadecía porque yo estaba rengo y con los brazos mutilados y por el odio que sentía hacia los imperialistas yanquis que provocaban estas escenas de dolor.

Cuando supe que él era el líder querido y respetado del pueblo cubano, el primer Jefe de Estado que visitaba las zonas liberadas de Quang Tri, lo admiré mucho más. Ciertamente él es "un occidental fiel a nuestra causa" porque tiene un corazón como los vietnamitas "lleno de odio hacia los imperialistas yanquis", una sangre igual a la del Tío Ha: "Con amor interminable hacia los niños".

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